En la vida de nuestras sociedades actuales, nos es familiar y común la necesidad de medir, de cuantificar, de ponerle números a las cosas. Así, las estadísticas han ido ganando terreno para mostrar la realidad. También es natural en el caso de la salud que hablemos de porcentajes relacionados con la población, sus necesidades y problemas vitales, sea respecto de la salud individual como de la colectiva. Y esto es bueno para poder ir en búsqueda de las soluciones que permitan crecer y construir comunitariamente la salud que todas las personas necesitamos y, sin ninguna duda, merecemos.
Cuando miramos los números más relevantes de nuestra salud provincial −a través de las estadísticas que año a año nos proporciona el sistema de salud− podemos enorgullecernos de los alcances logrados en cuanto a expectativa de vida y mortalidad infantil. Y también tenemos otros valores conseguidos en temas como la disminución del embarazo adolescente, la trasmisión vertical cero en el caso del VIH, los alcances en vacunación de la población, y otros.
Entonces, es necesario ver que los logros no son mágicos, porque vienen con historia. Vienen dados por una cadena de personas que pusieron el pecho a las realidades de cada tiempo. Y como casi todo en la vida, cada tiempo tuvo sus buenos y no tan buenos momentos o situaciones. Cada paso fue dado por la evolución imprevisible e implacable de la realidad. Cada decisión fue tomada a partir de las necesidades de una población que fue aumentando y que hoy crece aceleradamente por el destino de oportunidades que representa la provincia.
A su vez, en este camino de construcción constante, se fueron asentando y consolidando los pilares estratégicos que sostienen a nuestro sistema de salud: la equidad que privilegia a los sectores vulnerables por el respeto a una vida digna; la universalidad, que toma en cuenta a toda la población; la calidad en acciones y servicios; la integralidad que garantiza promoción, prevención y atención de la salud individual y colectiva.
Por todo esto, es que los números tienen vida. Porque la tasa de mortalidad infantil más baja de la historia refiere al trabajo constante de miles de personas que integraron e integran el sistema desde diferentes niveles de constitución del mismo. Esto incluye las decisiones de las autoridades y los gobernantes que le marcaron la cancha a la muerte de niños y niñas y le subieron el pulgar a la expectativa de vida más alta del país en mujeres y la segunda en hombres. Y también habla de cada una de las personas que fueron atendidas en miles de consultas, en hospitales, en centros de salud, en postas sanitarias y en el domicilio.
Los números tienen vida porque lo que importan son las personas. Sin duda, la vida no se puede medir en números, pero podemos saber su condición de bienestar y eso nos permite ir mejorando y aumentando la calidad de vida, resolviendo las necesidades en cada etapa.
Y como hoy nos enfrentamos a nuevos desafíos −y nuestro horizonte se llena de nuevos rostros por el crecimiento poblacional− es tarea de todos y todas acompañar estos procesos que nos imponen las dificultades propias de cada momento histórico. Pero se producen junto a la certeza de todas las posibilidades que encierran, cuando nos sabemos protagonistas; hacedores y hacedoras de un presente que sin duda nos pertenece y nos hace dueños de un futuro promisorio.
Podemos hablar de salud, de educación, de producción o del abanico de actividades que dan oportunidades para el trabajo común. En cada situación y en cada caso, siempre los números están vivos.