Varias veces he dicho que atento a la extraordinaria excepcionalidad de las circunstancias, gravar a las grandes fortunas personales con un impuesto de emergencia, aplicable a demás por única vez, con el objetivo de destinar los recursos que se obtengan a paliar los sufrimientos que enfrentan los más desprotegidos e indefensos, no solo me parece necesario, sino también justo.
Ninguna de las impugnaciones que se han hecho a esta iniciativa, o casi ninguna, se funda en valoraciones que tengan que ver con la injusticia de la misma. Los argumentos utilizados son de otro orden. Y esta nota, de la manera más breve posible, se propone señalar que los mismos, a pesar de sus pretensiones técnicas, no son sino ideológicos.
Comienzo por el que afirma que un impuesto de esta naturaleza en el marco de situaciones recesivas, es, desde el punto de vista técnico, un despropósito. El problema del argumento es que la historia, es decir, la experiencia, no la teoría, la experiencia, demuestra que un impuesto como este, se aplicó en muchos países, y teniendo en cuenta lo que se proponían, con muy buenos resultados.
Por ejemplo en Estados Unidos después de la crisis del ’30. Y también entonces los que se oponían acusaban a Roosevelt de “recorrer el camino que lleva a Moscú. Hoy aquí son muy pocos los que agitan este fantasma.
Hoy el fantasma es el populismo.
Incluso el artículo 14 bis de la Constitución. Otro ejemplo de la historia en este sentido, es lo que se hizo en la Europa devastada de la pos segunda guerra mundial.
Cuando recordamos estos datos, los mismos que siempre recomiendan imitar a esos países, responden que no podemos compararnos con ellos. Tendrían que ponerse de acuerdo. Otros nos acusan de anacrónicos, sin ser conscientes de que defienden ideas del siglo XIX.
Además de lo dicho, debemos recordar que economistas que tienen algunos pergaminos más que los que aquí afirman la inconsistencia técnica de este gravamen, sostienen exactamente lo contrario. Por ejemplo, Josep Stiglitz, premio Nobel, Paul Krugman, premio Nobel, Tomas Piketty, posible premio Nobel, dicen muchos. Y por supuesto hay mas.
Otro de los argumentos utilizados en contra del impuesto, es el hecho de que a pesar de que todos los países atraviesan crisis sociales y económicas como la nuestra, en ninguno se estaría planteando algo semejante. ¿Pero en serio puede alguien creer que este es un argumento? Con ese criterio la transición democrática no debió juzgar a los principales responsables de la dictadura.
Eso tampoco había ocurrido nunca. Y sin embargo lo hicimos. Y fuimos un ejemplo para el mundo. Precisamente porque nunca se había hecho algo semejante. Pero con relación al tema de la nota, la afirmación según la cual en ningún país se discute algo semejante es falsa. Son muchos los países en los que este, o impuestos muy parecidos, se están debatiendo.
Consideremos ahora el argumento según el cual el impuesto no debe acompañarse porque según algunos “está inspirado en odio de clase o tiene intenciones persecutorias”. Es difícil entender que se haya utilizado un argumento como este.
¿Cómo hacen para conocer las motivaciones o intenciones de los que defienden esta propuesta? ¿Se trata solo de presunciones, por no decir prejuicios? Pero supongamos que algunos efectivamente estuvieran animados por esos sentimientos, esa, obviamente, no sería una razón para oponerse al impuesto. Se lo puede perfectamente apoyar, haciendo la salvedad de que ese apoyo se brinda solo por razones de justicia social. ¡Miren que fácil! Y de esta manera, no se les hace pagar a los pobres las consecuencias de los eventuales mal motivados o intencionados.
Hay quienes por alguno de los argumentos anteriores se oponen y plantean lo que consideran una propuesta alternativa.
Por supuesto, no podía ser otra que reducir los gastos del Estado. Pero no dicen a qué gastos se refieren, ni especifican la magnitud de los recortes. Tampoco dicen si de esa manera se podría cumplir con el objetivo que se propone el gravamen a las fortunas personales más grandes, paliar la situación de los más desprotegidos, o si al contrario, el número de estos aumentaría.
En fin, es claro que esta propuesta no es una propuesta alternativa. Si por tal cosa entendemos una manera diferente de perseguir los mismos objetivos.
Antes de terminar, quiero decir algo sobre otro de los argumentos usados para oponerse a este impuesto. Me refiero al que dice que desalentará inversiones. La lógica es la siguiente: menos impuestos = más beneficios. Más beneficios = más inversiones. Más inversiones = más empleo y mejores salarios. Como pueden ver, la lógica es bien neoliberal. Pero el argumento tiene por lo menos dos problemas.
El primero es que esa lógica teórica no se verifica en la realidad, y el segundo es que resulta indiferente a la necesidad de hacer algo ahora para por lo menos paliar los sufrimientos que los más desprotegidos padecen por la pandemia.
Como dije al principio, apoyo este impuesto. Me parece necesario y justo. Y puedo asegurarles que no me mueven ni el ánimo persecutorio, ni el odio de clase.
Me mueve la ética de la solidaridad, esa que creo debe fundar la organización de la sociedad, desde luego, si así lo deciden las mayorías.
Me mueve también la lógica de las convicciones, que en este caso además, converge con la de la responsabilidad.