Cien días del aislamiento social preventivo y obligatorio. De saber que nos están cuidando y al mismo tiempo sentir que nuestras libertades están menguadas. De una fortaleza política inicial que decrece en la proporción en que sentimos una incertidumbre sin demasiadas respuestas. Argentina sigue sin poder construir visiones comunes en la diversidad y con un al menos mediano alcance.
La falta de convocatoria a un ámbito institucional y permanente como sería un Consejo Económico y social para acordar diagnóstico y acciones, sigue siendo un síntoma de nuestras precarias instituciones, lo que es malo en tiempos de bonanza y mucho peor cuando azotan las crisis.
Cien días del cierre de fábricas, comercios y servicios. Del parate para trabajadores y trabajadoras monotributistas que viven de la diaria de su trabajo y esfuerzo personal. De los que tienen que pagar salarios y facturas sin percibir ingresos.
De la caída brutal de todos los indicadores económicos. Del teletrabajo, con sus más y con sus menos. De médicos, enfermeros y otros auxiliares del sistema de salud que arriesgan sus vidas en el día a día y casi no tienen reconocimientos reales más que los merecidos aplausos. De una deuda que no se termina de arreglar y un gabinete económico al que ni siquiera vemos ni escuchamos.
Cien días sin respuesta para quienes tomaron deudas en dólares, para quienes necesitan insumos esenciales para sus actividades productivas. Sin respuesta de los organismos de recaudación que no contemplan dificultades que permanecerán en el tiempo. Apenas propuestas de préstamos que ni siquiera llegan y que de todos modos tendrán que devolverse cuando todavía se estén sufriendo las consecuencias del parate.
De la falta de atención de otras enfermedades y las consultas a distancia. Del aprovechamiento de la situación para hacer compras y contrataciones “de emergencia” eludiendo procedimientos para decidir con amiguismo y sobreprecios. Del encarecimiento de precios en productos esenciales y la falta de controles.
Del cierre del Poder Judicial y las limitaciones de labor para los profesionales del derecho, con la negación del acceso a la justicia a millones de personas que esperan alguna resolución. Más de tres meses de feria judicial, como si no se tratara de una actividad esencial. Como si no hubiera trabajadores esperando por una indemnización, cuestiones de familia o patrimoniales, o simplemente la demanda de un derecho por parte de quienes se han visto privados de su ejercicio.
No tiene razonabilidad la feria que suspende términos judiciales. Es razonable que sigan existiendo programas de entretenimientos en la televisión. Es realmente inconcebible que, protocolos mediante, no se puedan tomar audiencias y avanzar en los procesos judiciales.
Del aumento brutal de la violencia de género intradoméstica así como del castigo intrafamiliar de niñas y niños que perdieron el contacto salvador de la escuela para una maestra siempre alerta ante cualquier señal de lo que se vive dentro de muchos hogares.
El recrudecimiento del delito en sus formas más violentas, especialmente en un conurbano que se ha vuelto tierra de nadie y un estado ausente. Sí, ausente en momentos en que muchos se llenan la boca con la acción del estado que, en materia de seguridad, siempre va por detrás. No hay respuesta para las víctimas ni protección para las personas. Pero tenemos un ministro que juega a ser un nuevo Rambo frente a las cámaras de televisión y que se preocupa más por construir un proyecto personal que por exhibir un plan de acción frente al delito.
Cien días es mucho tiempo para que la mayoría de la dirigencia política nacional haya perdido la oportunidad para demostrar que estaban a la altura de las circunstancias, para hacer algún esfuerzo acorde a la situación que los demás vivimos y de todo lo que se nos pide.
Muchos legisladores y funcionarios provinciales han formalizado descuentos en sus haberes sin que hayamos visto nada, solo el rechazo, por parte de las máximas autoridades del gobierno y el Congreso de la nación.
La contracara de estos y de los aumentos de salarios en el ámbito de la política es la falta de inclusión de los bomberos en la distribución de beneficios, o la escasez de lo que se ha otorgado a los que trabajan en el sistema sanitario. Poco, muy poco. El tiempo también deja la ejemplaridad en el olvido.
Para quienes hemos acumulado canas, años y experiencias, es una enorme proporción de la vida que nos queda. Para todos, son días, horas, minutos y segundos sin abrazos. O sea, significan mucho más de lo que el reloj nos marca. No solo podemos citar las referencias de lo que nos pasa y de lo que estamos privados en nuestro presente.
Tal vez lo que más preocupa es la salida, que no podemos prever cuándo ni cómo, pero que, sin duda, requiere una preparación seria para enfrentar las consecuencias de esta pandemia que, ya sabemos, serán brutales, letales e irreversibles para muchos.
La estrategia de atención sanitaria procurando mantener el equilibrio entre la oferta y la demanda de camas, insumos y servicios, ha sido exitosa frente al virus y los riesgos de contagio. Pero nos falta una respuesta de la política económica para evitar una mayor propagación de los efectos por la falta de trabajo, de ingresos, de operaciones comerciales. Se debe atender a las consecuencias económicas y sociales, especialmente en los mayoritarios sectores medios, que hoy sufren el presente pero además expresan la angustia por el contexto de desolación que tendrá la calle al tiempo de la salida.
Resulta insuficiente cualquier proclama de Vamos, Juntos, Unidos, si no hay claridad sobre lo que viene. No alcanza el asesoramiento de médicos prestigiosos. Falta bastante para que podamos decir que se están ocupando integralmente de la crisis que nos ha tocado. Son bajas las demandas. Se han encontrado con una pasividad obligada y tranquilizadora. Ese es otro de los beneficios del aislamiento. Rumiamos las protestas en el interior de la vivienda o, a lo sumo, en redes y grupos de Whatsap. Frente a un gobierno al que se le pide planificar, preparar, convocar, resolver y construir, aunque hoy se vea a la pandemia como una ayuda para transitar estos meses hasta el próximo proceso electoral.
Cien días son demasiados para tantas nuevas historias de caídas, frustraciones y una escalada de nuevos pobres. No se trata de buscar culpables. Pero sí necesitamos encontrar responsables.
Hoy más que nunca, se necesitan líderes estadistas y ejemplares como lo fueron Raúl Alfonsín o Hermes Binner. O, en su defecto, la construcción de una trayectoria colectiva, un proyecto de Nación, para saltar esa grieta que se ha transformado en una fosa inútilmente peligrosa. Cien días. Es tiempo.