Es evidente que el mundo cambió. Vivimos un proceso histórico de mutación que la pandemia aceleró. Ya el escenario global venía dando signos de fractura; especialmente del sistema multilateral que no refleja en su totalidad la nueva dinámica internacional, el incremento de regímenes autocráticos, la inestabilidad estratégica por la tensión chino-norteamericana, las tensiones derivadas de las crisis de representación ciudadana, el surgimiento de la agenda de seguridad y geopolítica con bríos renovados, la industria 4.0 como emergente de la disrupción tecnológica, los desequilibrios entre la economía real y la monetaria, entre otras muchas situaciones.
El mundo gira vertiginosamente buscando reencontrar el equilibrio. La Argentina marcha errante y como sociedad estamos hundidos en la rueda del fracaso. Mecanismo perverso que nos vuelve al punto de origen después de cada crisis.
La lógica del fracaso es evidente. Somos expertos en fracasar al triunfar. Cuando salimos de cada crisis logramos una meseta de equilibrio que creemos eterno, mientras vamos sentando las bases para el próximo fracaso. Parecería que llevamos inscripta en nuestra memoria colectiva la conducta de autodestrucción.
El gran interrogante político que debemos plantearnos es cómo podemos salir como sociedad unida de la rueda del fracaso, cómo podemos romper definitivamente la vergonzosa esclavitud a la que estamos sometidos como ciudadanos. Vivimos atrapados entre la desilusión permanente y un sistema político que muestra a las claras los signos de agotamiento.
La vieja política nos hunde con gozo en el relato de la reivindicación de principios etéreos, siempre del pasado, en un escenario en el que la corrupción y la desidia reinan a su antojo.
Lo concreto es que como país vemos día a día desaparecer las oportunidades, con instituciones que ya no funcionan, con la sociedad enterrada en la pobreza y sin ver una luz hacia adelante.
Es necesario darnos cuenta que así no podemos seguir, y tenemos que empezar cada uno con algo concreto, y siento que es replanteemos el rol ciudadano.
Buceando una respuesta, recordaba recientemente una lectura luminosa, como es para mí “Historia de una pasión argentina”, de Eduardo Mallea; que magistralmente retrataba la profunda división entre la Argentina visible y la invisible. Y en el primer caso, representaba el espectáculo superficial y desentendido de las causas profundas de la decadencia en marcha, de los que hacen de argentinos mientras viven de los otros argentinos, con un tono casi promiscuo de promesas sin resultados.
Por otro lado está la Argentina invisible, repleta de ciudadanos que advierten lúcida y aisladamente lo que sucede, mientras sienten en su espíritu el llamado a la transformación profunda, y se sientan capaces de hacerlo.
Es tiempo de construir la nueva política en la Argentina, y no podría ser de otra manera que con todos los hombres y las mujeres que les duele la Patria porque la aman, porque saben que otra forma de vivir es posible, porque expresan en su corazón la firme convicción de triunfo.
Solo con el espíritu y la fuerza ciudadana podremos romper la rueda del fracaso, y encauzar la República. Con una nueva política que reivindique realidades y no anhelos que nunca llegan, con objetivos comunes y acciones concretas para lograr resultados que nos pongan definitivamente en el camino del desarrollo.
La revisión del sistema político es ineludible, hay que reformular los mecanismos de acceso al poder político, la calidad de los liderazgos, la probada honestidad y capacidad de los funcionarios, la eliminación de la lista sábana, la exigencia de la ficha limpia para cargos electivos, entre muchas otras transformaciones necesarias.
Se planteó el que se vayan todos y siguen las mismas caras de siempre con los mismos resultados. Por eso es necesario que vengan todos. Todos los argentinos con compromiso para participar de la vida pública. Es necesario encarar una irrupción ciudadana de transformación de la cultura política nacional. Somos un país joven, es tiempo de acción.