Todos, absolutamente todos, estábamos convencidos de que ése iba a ser otro año de consagración. Y no era solo una sensación. La Argentina venía de consagrarse en México ´86 y de jugar la final en Italia ´90.
Para el Mundial de los Estados Unidos la mano venía con muy buenas barajas que auguraban tocar el cielo otra vez: un equipo consolidado a través de ensayos exitosos, más de 30 partidos invictos, dos Copa América ganadas en forma consecutiva, la de Chile ´91 y la de Ecuador ´93, y el retorno al plantel de Diego Maradona con toda su magia y el liderazgo que necesita cualquier equipo que se ponga la vara bien alta como meta.
Diego llegó a esa instancia con mucho sacrificio. Después de la suspensión de 15 meses por doping que el Comité de Disciplina del fútbol italiano le aplicó hasta junio de 1992 cuando jugaba en el Napoli, afrontó un período con muchos altibajos. Se fue de Italia, recaló en el Sevilla que conducía su mentor Carlos Bilardo y volvió a la Argentina para estar cerca de su amada selección nacional. En el interregno, Newell´s Old Boys lo cobijó sin ninguna exigencia.
El 10 afrontó el proceso con seriedad extrema, adelgazó por debajo de lo necesario, al punto de que a sus 33 años lucía con la silueta del chico que asomaba y asombraba en Argentinos Juniors, aunque luego cambió de dietólogo y recuperó a tiempo su fuerza muscular para estar acorde con el gran acontecimiento en tierra estadounidense.
El triunfo frente a Nigeria por 2-1 y la posterior goleada frente a Grecia por 4-0 ratificaron las expectativas sobre el equipo y sobre un Maradona soberbio que arrancó elogios hasta de los más escépticos y enconados detractores.
Como enviado especial de Noticias Argentinas al Mundial, recuerdo un hecho que en su momento no nos llamó la atención pero que quizás haya sido la clave de aquel desenlace fatídico.
Daniel Cerrini acompañó a Maradona como su preparador físico personal, a pesar de que su presencia en el plantel no fue bien vista por el cuerpo técnico que comandaba Alfio Basile. En una de las tantas notas que cotidianamente buscábamos los periodistas en la concentración del Babson College de Boston, Alejandro Quintana, Rubén Cetrángolo y yo le hicimos algunas consultas sobre la recuperación del capitán luego del partido con los africanos.
Después de conformarnos con algunos datos, nos dijo: “Perdón muchachos, tengo que ir a una farmacia a comprarle a Diego un medicamento que se le terminó”. No supimos, por lo antedicho, si fue Ripped Fuel, aquel controvertido refuerzo dietario que contenía una efedrina y que Cerrini lo habría adquirido confundiéndolo con el Rappid Fast que el jugador venía tomando en tierras argentinas.
Llegó el triunfo sobre Grecia en el estadio Foxboro, la imagen de la asistente que se llevó a Diego de la mano hasta el control antidoping y la noticia, ya cuando estábamos instalándonos en Dallas, de que había un caso positivo detectado en el plantel argentino en aquel encuentro.
No había muchas opciones, o era Sergio Vázquez o era Maradona.
Las especulaciones fueron muchas: desde un error, pasando por una mano negra, a que en todo caso “si llegara a ser el Diego le iban a dar una sola fecha de suspensión como ocurrió con un jugador en el Mundial de España”.
Noticias Argentinas fue el primer medio argentino en confirmar que se trataba de Maradona. Minutos después el presidente de la AFA, Julio Grondona, dio la noticia oficialmente en una conferencia de prensa.
La contraprueba, que se realizó esa misma noche en Los Ángeles y a la que concurrieron por la Argentina, Agricol de Bianchetti, David Pintado, el médico Roberto Peidro y Daniel Bolotnicoff, abogado de Maradona, arrojó “efedrinas”. De todos modos, nunca quedó claro si el procedimiento administrativo se realizó en forma irreprochable.
La FIFA desplegó su grandilocuencia en el Four Seasons de Dallas para dar a conocer al mundo el doping de Maradona y de qué se trataba el asunto. El presidente de la comisión médica de la entidad, el belga Michel D´Hooghe, afirmó que el antidoping había revelado un cóctel de efedrinas. Más tarde, en una improvisada rueda de prensa realizada en el mismo lugar, D´Hooghe me aseguró que esa combinación de cinco sustancias no existía en ningún vademecum del mundo y casi como un desafío instó a que se la encontrara en algún medicamento “legal”.
Seguramente ese anuncio sonaba como samba para el presidente de la FIFA, Joao Havelange, quien deseaba que en su último período al frente de la institución, Brasil se coronara campeón después de 24 años. Por las dudas, también pretendía excluir a la Argentina del Mundial.
Aquel día, tuve la fortuna de que Grondona me llevara en el auto de la AFA hasta el hotel donde se concentraban los jugadores para anunciarle al capitán que quedaba fuera del Mundial. “Julio, cómo puede ser que la FIFA haya promovido su Mundial en un país antifutbolero utilizando la figura de Diego y ahora le suelta la mano”, le pregunté en aquel viaje de regreso. “Schia -me contestó- la FIFA ya hizo su negocio y ahora sus intereses son otros”.
El equipo se había acostumbrado a Maradona. Sin él y con el ánimo de los jugadores en el subsuelo, el seleccionado se fue del Mundial en octavos de final y así el 10 cerró su ciclo con uno de los mejores jugadores de todos los tiempos.