El ministro Matías Kulfas volvió a justificar las mayores restricciones cambiarias, en que “hay que administrar un bien escaso que es el dólar”.
Hay que aclarar que no es la primera vez que escuchamos esta excusa.
En el gobierno de Cristina Fernández se impuso un cepo porque había “sequía” de divisas extranjeras.
Lo interesante es que en aquel momento en todo el mundo llovían, a tal punto, que el presidente del Uruguay de entonces, José Mujica, dijo: “A diferencia de Argentina, estamos embuchados, atorados de dólares”.
¿Y hoy cómo andamos? Pues igual. Los bancos centrales de los países desarrollados están emitiendo a destajo para tratar de apoyar sus economías ante la pandemia.
Uno de los más activos es la Reserva Federal, la autoridad monetaria de EE.UU, que ha venido produciendo una enorme cantidad de dólares.
Ese exceso de fondos que hay en el planeta necesita invertirse y los países desarrollados les ofrecen poco o nada de ganancias.
Así que, quienes manejan esos recursos buscan mayores rendimientos, aunque con más riesgo, en economías emergentes.
La gran pregunta es por qué, cuando en ellas “llueven” dólares, aquí hay “sequía”.
¿No será que gestamos un microclima que implica que acá no se den esas precipitaciones? .
La realidad es que un cepo no se pone porque haya escasez de dólares, sino porque sobran los pesos y porque los gobiernos incentivan la salida de divisas.
Perseverantemente, las distintas gestiones se han dedicado a gastar más de lo que pueden pagar los argentinos con impuestos excesivamente altos y, por ende, se financian con el Banco Central.
Este último produce unos papeles de colores que valen poco en sí, y se los da al Estado para que pueda gastar de más.
¿Un verdadero milagro? No lo es.
Como la gente no demanda esos pesos, tras años de que la estafen depreciándolo, al igual que todo lo que se produce más de lo que la gente quiere (vasos, caramelos o lo que sea), su precio cae.
Es decir, la moneda local que tenemos ahorrada y que cobramos como ingreso pierde poder adquisitivo, del que se apropia el BCRA para transferirlo al Gobierno. Por eso, se habla de “impuesto inflacionario”.
Entonces, el Estado puede gastar más a costa de que los argentinos nos empobrezcamos, porque nos sacaron poder de compra.
Cuando cualquier divisa del mundo baja su valor, eso se observa inmediatamente en un alza en el mercado cambiario.
Aquí pasa lo mismo; pero usualmente los gobiernos no quieren que el dólar suba e intentan fijar su precio.
Claro que el problema es que, cuando uno pone un precio máximo, la oferta de ese bien cae (porque no es tan atractivo venderlo) y la demanda sube, porque está artificialmente barato.
Como pasa en los supermercados, la góndola tiende a vaciarse, pero eso no puede pasar en un mercado de cambios libre, porque subiría el precio.
Entonces, el BCRA debe llenar con reservas esa “escasez” de divisas, que nunca se hubiera dado si hubieran dejado que el dólar buscase su verdadero valor.
Por supuesto, esto es insostenible en el tiempo, porque el stock de divisas con el que cuenta para intervenir tiene un límite.
Por lo tanto, hace igual que el súper, para que no se vacíe la góndola de ese producto que debe vender a un precio artificialmente bajo, fija un cupo de “uno por cliente”.
El cepo es la forma de limitar comprarle al BCRA dólares, cuyo valor fijó arbitrariamente barato para no reconocer en su cotización todo lo que se está depreciando el peso.
Se trata de obligarnos a tener la moneda local que no queremos y de esa forma, mantener una masa de pesos mayor para quitarnos más poder adquisitivo y financiar al gobierno.
El problema es que los argentinos no somos tontos y no queremos que nos quiten parte de nuestros ahorros para financiar al Gobierno, empobreciéndonos.
Así que buscamos otras alternativas para protegerlos, como los mercados cambiarios libres, como los “financieros” (Bolsa y Contado con Liquidación), que son legales, y el “blue”, que no lo es.
A diferencia de muchos economistas argentinos, la gente sabe que cuando el dólar sube, es casi seguro que los pesos que tiene están perdiendo valor y se los sacan de encima.
Esto hace caer más su precio y, por ende, suben los tipos de cambio libre, generando un círculo creciente de temor, baja del valor de la moneda local y suba de la extranjera.
Para contenerlo, el BCRA ha estado interviniendo en esos mercados.
Aprovechó la fuerte liquidación de exportaciones agropecuarias y usó parte de esas divisas para comprar bonos del Tesoro local en dólares y, luego, venderlos en los mercados cambiarios libres, proveyéndolos como moneda extranjera.
El problema es que las ventas al exterior empiezan a disminuir y eso acota su capacidad de usar divisas para moderar el alza de los dólares libres.
Por ello, nuevamente, empezaron a restringir la operatoria en esos mercados.
Pero, por el momento, lo hacen afectando a grandes ahorristas y empresas, que buscarán otras alternativas menos “visibles” para hacerse de los dólares que necesitan y el BCRA no les vende.
Así, el precio que veremos en los diarios será menor al que verdaderamente se negocian dichas divisas.
Como ya nos enseñó la gestión de Cristina Fernández, si un problema no se ve, no existe, por eso, entonces, dejaron de hacer las estadísticas de pobreza.
Lo cierto, es que todos entendieron el mensaje. Cada vez habrá más restricciones y mayor búsqueda de refugio para los ahorros en el blue, que fue el que más alza inicial tuvo.
Además, el incremento de la incertidumbre que estas medidas incentivan, impulsan una creciente fuga de ahorros e inversiones de la Argentina.
O sea, no hay escasez de dólares, sino que las gestiones de los gobiernos de turno han logrado, no solamente que no “llueva” cuando alrededor lo hace en abundancia, sino que las “liquidez” huya de la Argentina, desfinanciando nuestra economía y condenándonos a la decadencia.
Lamentablemente, intentar mantener los cepos nos ha llevado a incontables crisis. Esta vez, no será distinto.