La preocupante dinámica de la inflación cobra aún más protagonismo en un contexto electoral. La realidad hasta aquí viene mostrando malos resultados. Hace nueve meses que el gobierno no puede mostrar una inflación menor al 3% mensual. Está desesperado por poder mostrar una inflación que sea de 2 y algo por ciento mensual para romper a la baja la barrera psicológica del 3% mensual (que es alta).
Este objetivo, forma sin dudas parte del “Plan Electoral” del gobierno de cara a las elecciones legislativas. Lo más probable es que de aquí a noviembre se conviva con inflaciones mensuales al torno al 3% mensual, en algunas ocasiones por arriba y en otras por debajo.
Por lo pronto, julio también luce que se ubicaría en torno al 3% mensual. La elevada inflación mensual con la que viene conviviendo Argentina posee agravantes y es que todo esto ocurre con tarifas pisadas, precios cuidados y todas medidas “parche” que generan algún resultado en el corto plazo, pero que terminan generando más inflación en el largo plazo.
Esta situación de precios elevados generó preocupación en el BCRA, ya que optó por realizar un fuerte apretón monetario en el primer semestre del año. De esta manera, desde que asumió el gobierno, el BCRA ha mostrado dos caras.
Durante la primera parte de su gestión, mostró su faceta heterodoxa, la faceta que le gusta y la emisión monetaria comenzó a avanzar en el contexto de la pandemia hasta alcanzar un máximo de 76,1% promedio mensual en agosto del 2020.
Como el impacto en la inflación comenzó a observarse, el BCRA decidió quitar el pie del acelerador e ingresó en un “tramo ortodoxo” de política monetaria. No porque quisiera, sino porque no le quedaba otra.
De esta manera, desde agosto del año pasado hasta mayo de este año, la emisión monetaria fue desacelerando su ritmo hasta alcanzar un piso en su evolución del 15,4% promedio mensual en el quinto mes del año.
Luego, a partir de junio comenzó a acelerarse nuevamente volviendo a su faceta favorita, la heterodoxa, especialmente en contexto electoral. Este segundo tramo heterodoxo de política monetaria posee un agravante y es que la demanda de dinero tiene muchas más probabilidades de caer que de subir por la incertidumbre.
En el primer tramo heterodoxo, cuando el BCRA emitió fuerte hasta agosto del 2020, la demanda de dinero también subía porque la gente quería pesos dado el contexto de la cuarentena. Esa realidad cambió y lo más probable es que la demanda de dinero caiga en lugar de subir, agravando los efectos de una emisión monetaria.
Además, el perfil de vencimientos de la deuda interna es sumamente exigente en el segundo semestre, lo que podría generar un mayor uso de la emisión monetaria para financiar el déficit fiscal, con sus efectos inflacionarios para el próximo año por supuesto.
Este último punto nos lleva a resaltar un aspecto clave y es la necesidad de reducir el déficit fiscal. En tanto y en cuanto Argentina no logré reducir su déficit fiscal y volver a un equilibrio, continuará con problemas de inflación para financiar dicho déficit.
Es que subir impuestos ya no es una opción porque la presión tributaria es récord. Por otro lado, disminuir el déficit fiscal implica necesariamente pensar y encarar las reformas estructurales.
No olvidemos que una buena negociación con el FMI puede ser un buen punto de partida para recuperar la credibilidad, pero para lograr confianza, el sendero de reducción de déficit fiscal debe ser creíble en lo económico, pero también en lo político.