El Gobierno no nos cuida, no nos acompaña, no nos quiere

Archivo - La Marcha de las Piedras en homenaje a los fallecidos. Foto NA



El domingo 12 de septiembre la ciudadanía terminó de deshojar la margarita del “Me quiere-No me quiere”. El resultado de las PASO fue el grito del último pétalo: “No me quiere”.

Definitivamente el país expresó de manera contundente el sentimiento que durante dos años se fue gestando: el Gobierno no nos cuida, no nos acompaña, no nos quiere.

No fue, a mi entender, una reacción inesperada o una decisión de último momento. Fueron muchos los pétalos que nos daban indicios del descontento social frente a un Gobierno que con soberbia e improvisación avanzaba ciego y sordo.

A fines de diciembre del 2019, con un discurso que intentaba mostrar un Gobierno moderado y atento a las necesidades de la gente, un primer pétalo: “Nos quiere”.

Cuando en el mundo se miraba con preocupación lo que ocurría con un virus en China y se comenzaban a diseñar estrategias frente a un riesgo de pandemia inminente, en nuestro país, el ministro de Salud nos decía que su preocupación era el dengue y que China quedaba lejos. Pétalo: “No nos quiere”.

El Covid-19 comenzó a expandirse y varios países vieron saturados sus sistemas de salud, pero nuestro presidente (que afortunadamente formó un gabinete de científicos) nos invitaba a combatir el virus con un tecito caliente: “No nos quiere”.

Frente al avance de la pandemia, finalmente el Gobierno decidió reaccionar y nos encerró, para cuidarnos, porque nos quiere. Pero, como es un Gobierno que quiere a todos, dispuso la liberación masiva de presos, no fuera que alguno se enfermara en prisión.

Ya la margarita se deshojaba y la sociedad se hacía escuchar.

Aun encerrados, sin más posibilidades que las de hacer ruido, hizo sonar el reclamo frente a esta medida, que no tuvo nunca una justificación sanitaria: “No nos quiere”.

Se implementaron medidas sin medir consecuencias, se cerraron fronteras y hasta se permitió que los límites provinciales se convirtieran en fronteras internas, se abandonaron argentinos por todo el mundo y también a la vera de las rutas de nuestro país. Se cerraron negocios, escuelas, clubes, bares y plazas. Se labraron actas, se persiguió a quienes cuestionaban las medidas, se iniciaron causas judiciales y los excesos de algunas policías provinciales se llevaron vidas. No, “no nos quiere”.

La ciudadanía que confío y acató las disposiciones, aun con las consecuencias económicas, emociones y psíquicas que estas imponían, comenzó a ver que esta margarita sólo tenía pétalos de “no me quiere”.

El Covid-19 circulaba por nuestro país y desde el Gobierno el mensaje era destinado a generar miedo y las certezas nunca fueron parte de los comunicados. Una agenda de espalda a la gente, intentos de avasallar la Justicia, un frustrado intento de avanzar sobre la propiedad privada. Otros pétalos.

Los números, los datos imprescindibles para tomar decisiones certeras resultaron ser un pétalo más de esta margarita negra que nos ofreció el Gobierno. Estadísticas poco confiables que no reflejaban la realidad sino las necesidades de un Gobierno desorientado y con pocas intenciones de encontrar estrategias sanitarias para cuidarnos.

Nunca se hicieron los testeos necesarios, nunca se tuvo en cuenta las consecuencias de tener las escuelas cerradas, de dejar a los adultos mayores sin la contención de la familia, nunca se pusieron en los zapatos de quienes vieron partir un familiar sin la posibilidad de la despedida.

Quizás, el creer que no estaban comprendidos entre quienes debíamos respetar los decretos presidenciales los hizo festejar cumpleaños, reunirse con amigos, compartir asados dominicales.

Las vacunas se transformaron en la luz al final del túnel.

El mundo entero fue espectador de una carrera inédita para conseguir dosis a granel, pero nuestro Gobierno, que por momentos tampoco se siente parte del mundo, no se anotó en la carrera y hasta rechazó donaciones, porque lo importante eran los negocios con los amigos.

Increíblemente, encontramos un pétalo de “nos quiere” cuando se anunció que en poco tiempo tendríamos 20 millones de vacunas. Poco duró la ilusión, las vacunas no llegaban y las únicas que se compraron (flojas de papeles), llegaron a cuentagotas.

Se declararon prioritarios y se las pusieron ellos. “No hay delito”, dijo el presidente, sin ruborizarse. La esperanza se la inocularon ellos, los que se creen imprescindibles. ¿Cómo podemos pensar en un país sin Zannini o Verbitsky? ¿Sin los padres de Vizzotti? Imposible. Ser funcionario del Gobierno, amigo o familiar del gabinete nacional bastó para acceder a la vacuna. El resto a la fila, a esperar, con barbijo, distancia social y en casa.

Los tiempos anunciados nunca se cumplieron y el capricho del Gobierno empecinado en no comprar la única vacuna autorizada para menores dejó a muchas familias en una situación desesperante.

Casi dos años de deshojar una margarita que solo tiene pétalos de “no nos quiere”, a los que debemos sumarle el pétalo de la inflación imparable que nos empobrece día a día, el de la inseguridad que no deja de crecer y que suma víctimas a diario, para no convertirnos en un país aburrido, como dijera la ex ministra Frederic. Ella sí nos quiso, por eso no trabajó mucho, no fuera cosa de que nos quedemos sin entretenimiento.

La margarita llegó al mes de la primavera, sin pétalos, pero la ciudadanía guardó en su memoria cada uno de ellos, y con el corazón apretado de tanto dolor, con la razón entrenada para descubrir engaños y con el espíritu de pelear por el país que queremos llenó las urnas diciendo “basta”.

La elección de la mayoría de los argentinos sólo puede sorprender a quienes venían a poner a la Argentina de pie y terminaron arrastrados en el fango de la mentira y la prepotencia.

Sorprendió a quienes desconocen el poder de un pueblo que sabe que la mejor vacuna para la pandemia de un mal Gobierno es la democracia, y así en las PASO le puso al Gobierno su primera dosis.

A diferencia de muchos argentinos que aún no tienen turno para completar su esquema de vacunación contra el Covid-19, el Gobierno sabe que el próximo 14 de noviembre está garantizada su segunda dosis.

La desesperación los llevará a las prácticas que les son habituales y hasta por decreto de necesidad electoral se dará fin a la pandemia.

En noviembre cada una de las piedras que el pueblo llevó a ese velorio masivo redoblará su peso, cada candado puesto en ese negocio que debió cerrar duplicará su volumen. Confío plenamente que la dignidad de una sociedad que no quiere ver partir a sus hijos, que espera desterrar el fantasma del populismo que embrutece y empobrece y que es el único plan que ofrece este Gobierno volverá a llenar las urnas de esperanza y futuro.

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