Las victorias tienen muchos padres, las derrotas son huérfanas

Archivo - El presidente Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Fernández Foto NA



Se agotó el recurso de echarle la culpa de todo al Gobierno anterior sin solucionar ni encaminar la solución de los problemas del presente.

El manejo del aquí y ahora de la gestión gubernamental del presidente Alberto Fernández tuvo una primera lectura popular en las PASO del 12 de  septiembre: así no.

Claramente, si las PASO son una primera aproximación sobre la marcha del país en la percepción del humor popular, entonces también resulta claro que el Gobierno del Frente de Todos no ha estado ni cerca de aprobar ese escrutinio.

La Argentina de hoy tiene problemas estructurales de larga data y variada génesis. Desde hace muchos años, el tan buscado sostenimiento del “Estado de Bienestar” sin las decisiones correctas para lograrlo devino en una cronificación del populismo y el pensamiento mágico donde, cada vez, se promueven “soluciones” más disparatadas y perniciosas tanto social como económicamente.

El Gobierno actúa como si estuviera convencido de que “los males del populismo se curan con más populismo” y ese espiral no hace otra cosa que alimentar el retroceso económico y con ello simultáneamente hace más difícil y lejana la recuperación.

En la convicción de algunos dirigentes del Frente de Todos ronda siempre el “no podemos estar peor”, sin ningún sustento teórico ni fáctico para dicho optimismo.

Después de cada fracaso, volvemos a empezar otra vez el mismo recorrido, pero en cada ocasión desde un peldaño inferior al que partimos la última vez.

Como si estuviéramos atrapados en una suerte de “loop” temporal que inhibe la creatividad y la capacidad que alguna vez nos distinguió como país en el concierto de las naciones.

Ahora bien, ¿podemos empezar a analizar críticamente la gestión del actual Gobierno sin previamente sopesar qué podíamos esperar objetivamente acerca de los problemas que necesitábamos que resolviera?

Creo que no. Si queremos analizar seriamente su gestión (y la de cualquier Gobierno), es imprescindible identificar antes qué problemas afrontaba al asumir. El cómo siempre va a estar intrínsecamente vinculado con el qué, puesto que siempre hay una vinculación lógica entre medios y fines.

¿Cuáles son los problemas estructurales del país?

Dejemos de lado por un rato el análisis sobre las “culpas” de los gobiernos sucesivos respecto del agravamiento de esos problemas y, a la vez, hagamos lo mismo respecto de la línea temporal en que se fueron produciendo o agravando.

Si eludimos aunque sea por un rato ambos parámetros, coincidiremos en que existe un núcleo de problemas fundamentales que nuestro país debe empezar a solucionar para tener un horizonte de desarrollo razonable acorde con lo experimentado en los mejores de nuestra historia.

Partamos del ejercicio de reconocer juntos los problemas. No podemos seguir discutiendo sobre planos diferentes. No nos podemos permitir discutir lo obvio: la única verdad es la realidad.

Mencionemos pues algunos problemas cruciales de entre los muchos que nos aquejan para tratar de desentrañar si vamos o no en la dirección correcta: sector público y sector privado -que no genera empleo-; sistema impositivo -caótico y contradictorio-; legislación laboral -se prioriza el resguardo del trabajo existente con instrumentos que ahogan y hasta imposibilitan la creación de nuevos puestos de trabajo-, sistema previsional -no alcanza ni remotamente el dinero para financiarlo-; endeudamiento externo e interno e inflación crónica, entre otros.

¿Cuál era la Argentina que encontraron en 2019?

Se pueden decir y se han dicho muchas cosas, algunas buenas o muy buenas, y otras malas o muy malas. Es probable que, dada la magnitud de la crisis, todos tengan razón. Porque la paradoja de nuestras crisis que que, al menos, la mayoría tiene siempre razones.

En el peor de los escenarios, se puede sostener que el Frente de Todos no encontró en 2019 un país -en líneas generales- muy diferente del que dejó en 2015.

Ciertamente, algunos indicadores como los de pobreza o deuda externa desmejoraron, pero no es menos cierto que otros indicadores como los de inversiones en obras públicas, institucionalidad o seguridad mejoraron sustancialmente. Otros continuaron más o menos similares a cómo estaban.

Los números no mienten, el relato sí. El gobierno de Mauricio Macri realizó un enorme esfuerzo de austeridad y reducción del déficit fiscal, llevando el déficit primario de un 4% a un 0,3%.

En ese camino decidió financiar el déficit con endeudamiento y no con emisión monetaria a fin de bajar la inflación y reiniciar la senda del crecimiento (luego de más de un año largo de recesión previa).

Lo logró parcialmente con el gradualismo durante dos años hasta que una corrida cambiaria (una más de tantas en nuestra historia) lo obligó a recurrir al FMI para pararla, no sin antes disparar nuevamente el proceso inflacionario por el impacto del nuevo valor nivel del dólar.

Lo demás es sabido. Un amplio sector de la sociedad no bancó más sacrificios y exigió un cambio de rumbo (48%) y otro no menos amplio sector (41%) respaldó al Gobierno con casi la misma fuerza.

Así las cosas, puede decirse que los desafíos del Frente de Todos en diciembre de 2019 no eran muy diferentes a los que debió afrontar el gobierno de Cambiemos en diciembre de 2015, aunque sí muy distintos de las condiciones en las que asumió Cristina Fernández de Kirchner en 2007.

Lo que dejó ella y lo que encontró Alberto Fernández pues no era del todo diferente, salvo por un no tan “pequeño” detalle: Cristina Fernández de Kirchner navegó durante su gestión con los dulces vientos a favor en los precios internacionales de las commodities y los enormes fondos expropiados a las AFJP y agotó tales recursos (jubilaciones masivas, subsidios gigantescos en los servicios públicos, etcétera) dejando el Gobierno en 2015 prácticamente sin reservas al Banco Central.

Macri no logró desarmar los problemas estructurales ya largamente detallados en cuatro años ni preservar totalmente las reservas luego del golpe electoral recibido en las PASO de agosto de 2019. Y la derrota fue inexorable.

Los desafíos de Alberto (y Cristina).

Ambos conocían la Argentina que enfrentaban, el monstruo que crearon repartiendo ilimitadamente recursos provenientes de ingresos extraordinarios volvía a manos de sus creadores.

El populismo se enfrentaba así a su propia creación, aunque esta vez, sin aquellos recursos extraordinarios. Enfrentaba, pues, el desafío de continuar haciendo lo que había hecho sin la plata para hacerlo.

Y el reflejo inicial del presidente Fernández apareció sensato: no romper con el FMI defaulteando la deuda y nombrando un ministro de Economía técnicamente amigable para negociar una salida razonable.

En ese camino obtuvo el Gobierno un logro inicial importante, con la renegociación de parte de la deuda en moneda y legislación extranjera por unos U$S 66.000 millones, alargando además la negociación con el Fondo Monetario Internacional hasta nuestros días.

En el resto de las políticas implementadas en los primeros 100 días de Gobierno no hubo mucho más. El nuevo Gobierno no logró esbozar siquiera una sola idea distinta de aquellas que implementó en el período 2011-2015.

El mismo rumbo internacional asociado al núcleo de países que exhiben gobiernos autoritarios, la pelea insólita con sus vecinos del Mercosur, el acercamiento peligroso con potencias autocráticas como Rusia y China, etcétera… más de lo mismo que ya conocíamos.

Al presidente y su no muy lucido Gabinete le alcanzaba el recurso de echar culpas de todo mal sobre el Gobierno anterior, aprovechando la luna de miel con la sociedad que lo llevó al poder: en esas aguas navegaba entonces el Gobierno cuando sobrevino la pandemia mundial de coronavirus.

El impacto económico de la llamada “cuareterna” (alusión popular a la cuarentena más larga del planeta, de 234 días de extensión) fue devastador: más de 20.000 pymes y 90.000 comercios bajaron sus persianas, con la pérdida de cientos de miles de empleos formales e informales y la pauperización de vastos sectores de estratos medios/bajos. El PBI argentino cayó 10% en 2020, casi el doble del promedio de América Latina.

Las decisiones sanitarias tampoco fueron gestionadas adecuadamente. La salida de la cuarentena devino más por agotamiento del humor social que por decisión consciente del Gobierno.

Más de 110.000 víctimas fatales sitúan hoy a la Argentina entre las 10 naciones que peor gestionaron la pandemia en todo el mundo, muy por encima de la mayoría de los países de América que durante ella se mostraban como ejemplos catastróficos.

Los escándalos vinculados a privilegios inaceptables de funcionarios (vacunatorio VIP, imágenes de fiestas prohibidas realizadas en Olivos, etcétera) durante el peor momento del ciclo pandémico y de la estricta cuarentena decretada como medida central para combatirla fueron la gota que rebalsó el vaso.

PASO: las victorias tienen muchos padres; las derrotas son huérfanas.

Dentro de este marco de crisis económica brutal, de malhumor social generalizado, de división creciente en el seno del Gobierno y de ausencia de logros significativos para exhibir, el Gobierno encaró la recta final de las PASO con una confianza casi suicida de contar con el respaldo de la base social que lo encaramó al poder en 2019.

Y pagó las consecuencias de sus actos.

El Justicialismo sufrió la derrota más estrepitosa de toda su historia, no alcanzando por primera vez siquiera un tercio de los votos populares.

Como corolario final, asistimos en estos días una vez más a una suerte de implosión en el seno del Gobierno, derivada más que de la búsqueda de “razones” de la derrota, del intento de alejarse de su paternidad. Una vez más el Justicialismo expone impúdicamente el enfrentamiento entre izquierda y ortodoxos, entre kirchneristas y peronistas desde el poder.

Si la reacción gubernamental parte del diagnóstico de que “faltó platita” para atenuar el impacto de la foto y actúan en consecuencia, sólo veremos una carrera alocada a todo o nada de inundar el país con papel moneda falsificado para intentar revertir la derrota.

Si se parte del diagnóstico de que es más barato “comprar” las voluntades antes que tomar las medidas correctas, buscar el rumbo correcto y construir el futuro con sacrificio y buenas decisiones como debe ser. Seguramente se encontrarán con la sorpresa de un pueblo maduro y cansado de que le roben el presente y el futuro con un pase de magia en cada elección.

Podríamos intentar buscar las razones profundas de la derrota oficialista o señalar también los muchos aciertos de la oposición.

Sin embargo, seguramente entre la mezcla explosiva de desaciertos duraderos, de sinrazones autoritarias, de defraudación de expectativas sociales y también de revalorización de algunos planteos opositores debe andar la punta del ovillo de la madeja de la debacle.

Prefiero pensar que lentamente se fue produciendo un agotamiento del populismo sin proyecto y que la pandemia actuó como catalizador que desnudó el rostro de la mentira y aceleró la reacción popular frente a ella.

Es hora de tomar el toro por las astas: las PASO del 12 de septiembre están mostrando señales claras de rebeldía en esa dirección.

El principio del fin del populismo parece estar a la vista en las próximas elecciones de noviembre. Ojalá así sea.

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