Los argentinos a la buena de Dios




El estado de decadencia por el que lamentablemente navega el país (para varios, con pronóstico de naufragio) no se agota en la escalada de los dólares -en especial el blue-, en la suba permanente de precios, en las advertencias de saqueos que lanzó el ex aliado K, Juan Grabois, ni en las declaraciones del ex carapintada, Aldo Rico. Por el contrario, tienen su triste correlato en una serie de episodios que vienen a dar cuenta de la indefensión a la que está expuesta la cada vez más devaluada clase media. A punto tal que hasta trabajar se volvió peligroso.

Dos episodios muy recientes ocurridos en el Conurbano bonaerense dan cuenta de ello. Los dos son escalofriantes, aterradores e indignantes. En uno de ellos, delincuentes que habían ingresado a robarles a quienes compraban en un shopping de Pilar, tiraron literalmente desde el primer piso a un empleado de limpieza. El muchacho, de 33 años, los sorprendió en el baño mientras intentaban robarle las zapatillas a un cliente que las acababa de comprar. Hoy el trabajador tiene pronóstico reservado y se debate entre la vida y la muerte. Una locura.

El otro caso ocurrió en la feria La Salada de Ingeniero Budge. Hasta ahí fue una joven madre que para asegurarse su sustento diario compra prendas de vestir y luego las revende, como hacen infinidad de personas que no viven de dádivas sino de su esfuerzo. Su padre la llevó hasta uno de los ingresos y la esperó en el auto. La joven no aparecía; luego supo que estaba internada. Sujetos la habían secuestrado para drogarla, violarla y robarle los 60 mil pesos que llevaba.

Las penurias económicas, la inseguridad y el estado de desamparo (estos dos jóvenes no hacían más que ganarse el peso) colocan a buena parte de los argentinos a la buena de Dios. Y la realidad empeora aún más para aquellos que están en situación de vulnerabilidad.

Cuando se estrenó Ciudad de Dios, película sobre el crimen en las favelas de Río de Janeiro, parecían postales en extremo lejanas. Hoy quizá no tanto, aunque con diferencias que no es necesario enumerar. No sólo Rosario da cuenta de ello. También el gran Buenos Aires tiene sus tragedias dentro del drama.

El día del amigo (al que ahora llaman de la amistad, por esa costumbre ideológica de cambiar los nombres) cuatro personas se encontraban en uno de los pasillos de la villa Los Chaqueños, de José C. Paz; el más grande 33 y el más chico de apenas 13 años. Hasta ahí llegó un delincuente, discutieron, hubo algunas piñas y se fue. Al rato volvió con otros y acribillaron a balazos a los cuatro. Fue una masacre que no dejó sobrevivientes. Y que puso en evidencia la sensación de impunidad con la que se movilizaban estos homicidas.

La decadencia mata y debería llamar a la reflexión de quienes asumieron el compromiso velar por la seguridad, la salud y el bienestar de los argentinos.

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