La política argentina tiene la tendencia –o tal vez la debilidad- de responsabilizar a otros por los malos. Juan Domingo Perón le echaba la culpa al “capital”, Raúl Alfonsín a la Dictadura Militar, Carlos Menem a la hiperinflación alfonsinista, Fernando de la Rúa a la corrupción menemista, Néstor y Cristina Kirchner al “neoliberalismo” de los años 90, Mauricio Macri a la herencia kirchnerista y Alberto Fernández a la pandemia, a la sequía, a las guerras al otro lado del mundo, al FMI, a Macri y a Milei. No es una cuestión atribuible solo a la actual gestión: todos han intentado cargar sus errores en la cuenta de otros.
Alberto Fernández asumió con una inflación interanual del 53,8%, un dólar oficial a 63 pesos por unidad y un dólar informal que se podía adquirir a 73 pesos por unidad. La deuda pública se ubicaba en los 313.000 millones de dólares y los pasivos remunerados del BCRA superaban apenas el billón de pesos. La pobreza al inicio del gobierno actual era del 35,6%.
En estos casi 4 años gestión la inflación se triplicó y aún estamos preguntándonos si este año superará el 200% de inflación. El dólar oficial –al que resulta prácticamente imposible de acceder- se ha multiplicado 6 veces y el dólar informal lo ha hecho 14 veces. La deuda pública se incrementó en 130.000 millones de dólares y los pasivos remunerados saltaron de 1,2 billones de pesos hasta los 22 billones en más de 130.000 millones de dólares y la deuda en pasivos remunerados del BCRA se multiplicó 22 veces. Por su parte la pobreza escaló hasta la última medición en 5 puntos lo que implican unos 2 millones de nuevos pobres generados en algo menos de 4 años.
Las excusas siempre han sido un fraude. Las culpas al FMI tal vez fueron las más exóticas de todas: no solo no se le ha pagado prácticamente nada al organismo de crédito sino que además se han incumplido todas las metas impuestas por el mismo. Además el endeudamiento generado por la gestión de Alberto Fernández triplica la deuda tomada con el Fondo Monetario Internacional. Incluso lo adeudado representa prácticamente lo mismo que la deuda generada con los importadores a quien les debemos miles de millones de dólares que a diferencia de lo que ocurre con el FMI, dentro de poco deberemos pagar.
El brutal incremento en el valor del dólar no es otra cosa que la caída estrepitosa del valor del peso. De un lado del mostrador hay cada vez más pesos y de otro, cada vez menos dólares. El cepo, las restricciones a las exportaciones, las múltiples regulaciones del comercio exterior, las retenciones a las exportaciones y un dólar oficial pensado para estafar al que exporta resultaron un coctel explosivo que le ha estallado al gobierno en sus propias manos.
El nivel inflacionario no es más que un desequilibrio monetario con pocos ejemplos en la historia argentina. El “plan platita” implementado en la cuarentena, luego utilizado como intento para que el oficialismo pueda vencer en las elecciones del año 2021 y ahora para poder evitar una derrota memorable en las urnas son parte de un sinfín de desbordes en el gasto público tolerados solo por la máquina de hacer billetes que no ha tenido otro resultado que el esperado: la destrucción de la moneda. Un billete de 100 pesos equivalía a 1,37 dólares al inicio del mandato de Alberto Fernández, hoy equivale a 9 centavos de dólar. Han terminado de destruir el peso tal como lo conocemos.
La barbarie del gobierno en materia económica no tiene otro resultado que el esperado por muchos. Querer responsabilizar a otros por la propia desidia cargada de mala praxis y soberbia es no entender que es lo que verdaderamente está ocurriendo en la Argentina.
Escrito por Manuel Adorni.