Esa misma sensación de encierro, de ganas de salir a la calle, de ver a tus amigos, a tu familia, o quizá simplemente dar una vuelta a la manzana.
Esa misma sensación de cansancio por el encierro, de agotamiento de estar siempre en el mismo lugar, de ganas de ir a la casa de un amigo o un pariente.
Esa sensación de que hay peligro afuera, que la ciudad no es segura, que no podés caminar libremente, que algo te puede pasar.
Esa sensación. Esa misma sensación que hoy todos sentimos por el obligado aislamiento social – preventivo y obligatorio -, es la sensación que muchas personas sintieron antes de este aislamiento.
Fueron aislados antes del aislamiento. ¿Quiénes?
Los abuelos dejados en hogares, esperando la visita de un familiar que nunca llega… que anhelan salir, al menos a dar una vuelta a la manzana en silla de ruedas… ¡y ese amigo no llega para llevarlo!
Las personas no videntes, que se encierran en sus hogares porque las ciudades no están preparadas para ellos. Hay peligro afuera, al cruzar las calles, al encontrarse con un pozo, con un automovilista descuidado, con un cartel que no cumple con las medidas de seguridad.
Los niños con autismo, a quienes el ruido de la ciudad los altera, a quienes por desinterés o por ignorancia, tal vez , no lo sé, no alcanzamos a comprender y sin saberlo tendemos a tocarles o hablarles… y todo ello, es peligro.
Y la lista podría seguir… con las mujeres maltratadas en sus casas buscando refugio afuera, presas del maltrato “de adentro”; con las personas con discapacidad motora, cuya movilidad depende del estado de calles y veredas, por lo que muchos viven cautivos en sus propias casas.
Sin lugar a dudas vos que estás leyendo podrías agregar más y más aislados antes del aislamiento.
Esto nos tiene que llevar a pensar en ellos, y que cuando el aislamiento obligatorio termine para todos, también termine para ellos.
Que finalmente podamos incluir verdaderamente para que nunca haya más aislados. Ni antes ni después.
