No caben dudas de que el 2020 será un año muy duro en términos económicos para el mundo en general y para la Argentina en particular.
Es que los desequilibrios macroeconómicos, de carácter estructural, agravan la situación.
Para peor, la subestimación realizada al impacto económico de la pandemia ha sido exagerada y los datos comienzan a mostrar números concretos a esta realidad.
El último dato correspondiente al nivel de actividad revela una caída del 20,6% interanual para mayo. Esto ocurrió luego del derrumbe histórico del 26,4% obtenido en el mes previo.
El 2020 ya está jugado y lo más probable es que haya una caída en torno al 12% en el corriente año. Sin embargo, el presidente sostiene que cuando la pandemia pase, la economía volverá a crecer rápidamente.
Lamentablemente, no es más que un sueño o una expresión de deseo. No están dadas las condiciones para que Argentina vuelva fácilmente a las sendas del crecimiento sostenido.
Mientras que el presidente parece ignorar que el 2021 no será el 2003. Sus circunstancias son muy distintas. Pero más allá del debate, hay un dato concreto que nos permite explicar por qué la recuperación no será como la deseada, y es que se está destruyendo capacidad productiva potencial.
En otras palabras, las empresas están quebrando y afecta a una enorme cantidad de trabajadores.
Según datos de la AFIP revelados hasta mayo, en los últimos dos meses ha disminuido la cantidad de empleadores en 12.619 y 5.927 para abril y mayo respectivamente.
Sin embargo, esto que a simple vista parece mostrar que la destrucción en el mercado laboral está en descenso, no necesariamente es así ya que la cantidad de trabajadores afectados continúa en aumento.
En abril, la cuarentena destruyó a 12.619 empleadores y a su vez esto afectó a 91.237 trabajadores. En lo que respecta a mayo, si bien la cantidad de empleadores que tuvieron que cerrar sus puertas fue menor (5.927), afectó a una mayor cantidad de trabajadores: a 193.644 para ser exactos según los datos de la AFIP.
Más aún, tomando el acumulado anual para el lapso enero- mayo, Argentina ha perdido a 23.725 empleadores, cuando el promedio de los últimos nueve años era una caída de 2.949 para el mismo período.
La realidad es más drástica para los trabajadores, con un acumulado de 331.842 trabajadores que perdieron su trabajo en los primeros cinco meses del año, frente a un promedio de reducción de 6.039 para igual lapso en los últimos nueve años.
Con este nivel de destrucción de empresas y de puestos de trabajo, es prácticamente imposible que Argentina retorne a los niveles pre-pandemia.
Más aún, recordemos que antes del Coronavirus, Argentina se encontraba estancada desde el 2011 sin poder vislumbrar una tendencia de crecimiento.
Eventualmente algún rebote (tímido) habrá en el 2021, pero no alcanzará para volver a los niveles de actividad pre- pandemia.
Lo más probable es que, el estancamiento observado entre el 2011-2019 se traslade unos escalones más abajo, lo que significa un mayor grado de pobreza.
El presidente Alberto Fernández debe entender que una recuperación “a la 2003” no es más que un sueño.
En aquel entonces, la inflación era baja mientras que en la actualidad es alta. El gasto público rondaba el 20% del PBI cuando ahora supera el 40%.
Se había heredado un superávit fiscal producto de una brutal devaluación, ahora vamos camino a un déficit primario del 7% del PBI. Tampoco los precios de las commodities se encuentran en niveles para garantizar un viento de cola y la confianza está totalmente deteriorada.
No hay sueño posible en este contexto, sino cruda realidad.
La única manera de hacer ese sueño posible, es encarando las reformas estructurales que el país necesita (reducción del Estado, del gasto público, disminuir la presión tributaria, reforma laboral, entre otras).
Soñar es posible, pero concretar el sueño requiere las acciones institucionales necesarias.