Lionel Scaloni terminó de asumir ante Brasil aquello que hacía rato se sabía y que el Mundial de Rusia puso blanco sobre negro: la Selección Argentina ha dejado de creer en sí misma. Después de tantos volantazos y luego de aquella gran frustración, más que nunca se siente con la autoestima baja. Sin los grandes jugadores de otros tiempos y mucho más ahora que Lionel Messi ha dejado de estar, ya no le impone respeto a sus grandes rivales y percibe que perder es una posibilidad demasiado cercana. En consecuencia, primero juega a evitar la derrota, luego se verá.
Y aunque en el segundo tiempo del amistoso, hubo una actitud más suelta, más agresiva, más proclive a asumir riesgos, no tan contenida como la del primero, al final mandaron las precauciones. Inútilmente. Cuando el partido se encaminaba rumbo a la definición por tiros desde el punto del penal y ya en el tiempo adicional, Neymar lanzó un corner desde la izquierda, Nicolás Otamendi perdió la marca de Miranda y el cabezazo del zaguero brasileño se anticipó a la salida de Sergio Romero y anotó el gol de la victoria para el equipo de Tité.
Brasil no fue un canto al fútbol. Tampoco movió sus fichas alocadamente. Pero a la larga, hizo valer la mayor jerarquía de sus individualidades. Un rato de Arthur y el equilibrio de Casemiro en la media cancha y un par de corridas y gambetas del a veces inefable Neymar bastaron para que los brasileños cierren mejor el partido que los argentinos. Y hasta dio la sensación de que lo hicieron con más aire en los pulmones, con las piernas algo más frescas en medio del infernal calor húmedo de Jeda, la ciudad de Arabia Saudita donde hacían más de 35 grados a la hora en que dio comienzo el juego.
Tité no desmembró a su equipo. Apenas metió dos de los seis cambios permitidos. Salieron Danilo (lesionado) y Gabriel Jesús (agotado) y entraron Fabinho y Richarlison porque no tiene necesidad de estar haciendo pruebas a cada momento. Tiene claros los conceptos y sólo necesita algunos retoques luego del Mundial. En cambio, Scaloni hizo cinco variantes: ingresaron Lautaro Martínez, Pereyra, Salvio, Acuña y Gio Simeone y se fueron Dybala, Correa, Lo Celso, Tagliafico e Icardi porque la Argentina está en transición entre lo viejo que no termina de irse y lo nuevo que no termina de aparecer. Y todavía está lejos de definir una idea de juego, una identidad reconocible. Entonces, se busca, y no se encuentra.
En todo caso, la primera derrota del ciclo de Scaloni sirve para saber dónde está parada la Selección tras el Mundial. Las prácticas televisadas ante Guatemala e Irak valieron no más que para empezar a reconstituir esa autoestima que quedó vulnerable tras el Mundial. Pero cuando se subió el listón de la exigencia, ante Colombia y frente a Brasil, volvieron a abrirse gruesos interrogantes. De a ratos, por su juego lento, espeso, poco imaginativo, sin salida clara y rápida desde el medio, el equipo hizo acordar a aquel que en el Mundial exasperaba por su imposibilidad para meter un pase vertical y profundo. Y más allá del buen partido que jugó Renzo Saravia en el mano a mano con Neymar, y de algunos desenganches interesantes de Paredes y Lo Celso, Paulo Dybala y Mauro Icardi todavía siguen en deuda.
A Dybala (y también a Angel Correa), Scaloni los fundió mandándolos a correr a Danilo y Filipe Luis, los laterales brasileños y los convirtió en volantes antes que en delanteros. Si esa era la idea, la de armar un bloque de cinco volantes en la mitad, había otros jugadores en el plantel más capacitados para el ida y vuelta. Dybala y Correa cumplieron la tarea. Pero al precio de desamparar a Icardi a quien, salvo en algún tramo del segundo tiempo, nadie nunca le arrimó una pelota decente como para incentivarle su oficio de goleador. Cuando Lautaro Martínez entró por Dybala, Pereyra por Correa y Salvio por Lo Celso, parecía que el artillero del Inter podía estar mejor rodeado. Pero fue una utopía. A Icardi volvieron a dejarlo solo y es futbolista, no mago.
Perdió Argentina un partido que siempre estuvo más cerca de no perder que de ganar. Y por unos días, reaparecerá el run run de los que quieren ir en procesión a Barcelona para ver si pueden conseguir que Messi se enamore otra vez de la camiseta celeste y blanca. Y el de los que entienden que ya no puede demorarse más la búsqueda del nuevo DT. Quedan los dos amistosos de noviembre ante México para cerrar con decoro un año para el olvido. Tal vez el regreso a las canchas argentinas sirva para que la Selección vuelva a creer que puede ser lo que alguna vez fue y hace un tiempo dejó de ser.